📊 Por qué los bebés de ahora tienen nombres tan raros
En la variedad está el gusto. Y la unicidad
Soy Jesús Escudero, y si estás recibiendo este email es que alguien —espero que tú— se ha suscrito con tu correo electrónico a FILAS Y COLUMNAS, la newsletter sobre producción estadística y análisis de datos en España —aquí puedes leer el último artículo y la anterior celda—. Y si todavía no te has suscrito, puedes hacerlo en el siguiente botón.
Seguro que te estás preguntando “¿Por qué tengo un email de FILAS Y COLUMNAS si hoy no es viernes? ¿Ya está Jesús enviando la misma celda varias veces —como hace un mes— para tener más visitas?” Podría ser pero no. Simplemente me he propuesto retomar los análisis de datos que dejé a un lado hace casi un año por cuestiones de tiempo. Así que, además de las celdas quincenales, de vez en cuando recibirás emails con explicativos basados en datos y estadísticas, categorizados con el emoji 📊. A ver si a la segunda va la vencida.
En estos meses en barbecho he ido captando ideas para análisis estadísticos, especialmente a partir de reportajes, artículos y libros que he ido leyendo —no hay mejor forma de inspiración que fijarse en los buenos trabajos de otros—. Esto es lo que me pasó con The Age of the Unique Baby Name, un reportaje de Joe Pinsker publicado en febrero en The Atlantic. El artículo intenta responder a la pregunta de por qué los bebés nacidos en Estados Unidos tienen nombres tan diferentes. O como dice la canción: no digo diferente, digo raro. Algo que también se está dando en España.
En 2002, primer año del que el INE ofrece datos sobre los Nombres de los recién nacidos, el 15,3% de los bebés tenía uno de los diez nombres más habituales —por este orden: María, Alejandro, Lucía, Paula, Pablo, Daniel, Laura, David, Adrián y Javier—. En 2020, último año con datos hasta que el INE actualice la estadística a mediados de este mes, era el 9% para los nombres de Lucía, Hugo, Mateo, Sofía, Martín, Martina, Lucas, María, Leo y Daniel. (Prueba de agudeza visual: localizar los tres nombres que se repiten en ambas listas). Eso sí, Estados Unidos nos gana a variedad, con un porcentaje del 7%.
Al dividir estos datos por sexo, observamos que hasta hace un par de años los niños tenían mayor variedad que las niñas. Así, en 2002, los diez nombres femeninos más populares del año designaban al 26,1% de las recién nacidas, por el 23,4% para los recién nacidos. Pero en los dos últimos años las niñas aparecen con porcentajes más bajos que los niños, una circunstancia que se da en todas las comunidades autónomas salvo en dos: Baleares y Ceuta.
Cataluña y Navarra son las CCAA que pueden presumir en una mayor variedad de nombres entre sus bebés: los diez nombres más comunes de cada región suponen menos del 8% de los recién nacidos. Estos porcentajes casi doblan los de los territorios menos originales a la hora de llamar a sus bebés, Extremadura y Cantabria, que se mueven en torno al 14%. Como ilustra el siguiente mapa, existe una evidente división Este (más Canarias)-Oeste que podría explicarse por el catalán, euskera y guanche, con sus respectivos catálogos de nombres propios.
Para Laura Wattemberg, una de las expertas consultadas en el reportaje de The Atlantic, esta tendencia hacia la originalidad se explicaría por la búsqueda de los padres de un nombre único para su prole a fin de diferenciarlos desde un primer momento. “Estamos inmersos en una era de individualidad nominal, en la que los padres asumen que tener un nombre diferente y único es una virtud”.
Otra de las hipótesis a las que alude Joe Pinsker en su reportaje es algo que ya he abordado en algunas celdas: cómo la publicación de una nueva estadística puede influir en los comportamientos de la gente. Según esta teoría, dar a conocer los nombres de bebés más populares de cada año llevó a muchos padres a desecharlos y buscar otros más originales —o diferentes o raros—. Una hipótesis corroborada por el mismísimo funcionario que comenzó a recopilar estos datos de la Seguridad Social estadounidense que luego se publicarían para todo el país.
A estos dos factores sumaría un tercero que también podría afectar a la elección del nombre de un hijo o hija: la inmigración. Cada vez es más habitual que los nacidos en España tengan algún progenitor extranjero, una circunstancia que ya se da en el 27% de los nacimientos —11,6% con uno y 15,1% con ambos—. Esto hace que la persona extranjera traiga consigo su cultura, su gastronomía, sus tradiciones y también sus nombres propios. A menor escala, esto también se da dentro de España en el caso de parejas de diferentes regiones.
Para alguien que se llama igual que su padre —y que de haber nacido mujer habría tenido muchas papeletas para llamarse igual que su madre y su abuela—, una mayor variedad de nombres es una magnífica noticia. Aunque todavía me cueste asimilar que en España hay personas que se llaman Delvis o Seida.